Tuesday, April 6, 2010

Los ataques al Cardenal: Drama en cuatro actos

Nueva York | 04/06/2010

(Refutación a dos artículos que en fecha reciente han cuestionado el papel de la jerarquía eclesial cubana en la coyuntura de crisis que atraviesa el país)


“Una luz en la oscuridad, un arroyo de
agua viva; un cantar a la esperanza,
quiere ser tu Iglesia, quiere ser tus manos,
quiere ser tu voz…” (Canto religioso)

Primer acto: El Cardenal, el huelguista y el periodista

 La reunión de cuatro horas que tuvo lugar el pasado 20 de mayo entre el cardenal Jaime Ortega y el presidente Raúl Castro, invita a reflexionar sobre dos artículos que recientemente han cuestionado el papel de la jerarquía eclesial cubana en la coyuntura de crisis que atraviesa el país. Me refiero a “Cuban Cardinal says too little, too late”, de Andrés Oppenheimer, rebatido ya con gran acierto por Orlando Márquez, director de la revista católica Palabra Nueva, y a “El Cardenal y el huelguista”, de Dora Amador, conductora del programa radial “Radio República”, voz del Directorio Democrático Cubano. Estos escritos fueron motivados por la entrevista al Cardenal publicada por Palabra Nueva, “Nuestra voz es un llamado al diálogo.”

Lo primero que llama la atención del artículo de Oppenheimer es su título: “El Cardenal dice muy poco, y muy tarde.” ¿Poco y tarde con respecto a qué? Infiero que hay aquí un reclamo tácito dado el hecho de que esta entrevista sale después de la muerte de Orlando Zapata. Pero, ¿no hay acaso otro huelguista en peligro de muerte? ¿No estaban las Damas de Blanco (antes de la  entrevista y gestiones del Cardenal, por cierto) imposibilitadas de marchar? ¿Por qué abuchear, diciendo que llegó tarde a la fiesta, a una de las pocas instituciones que busca fungir como mediadora entre el Estado y el pueblo, a través del diálogo y la intervención diplomático-religiosa? ¿Quiere Oppenheimer que Jaime Ortega deje de ser sacerdote, para convertirse en guerrillero urbano, acuartelándose en Habana 152 esq. a Chacón?
De lo que sí hay muy poco, pero en el artículo de Oppenheimer, es de un análisis a fondo de la consistencia y modalidades con que la Iglesia ha demandado y propiciado cambios para Cuba. Con razón Márquez remite al columnista de El Nuevo Herald al compendio de homilías en las que el Cardenal se refiere el hundimiento del remolcador 13 de marzo, la pena de muerte y los derechos humanos en Cuba, entre otros temas no menos delicados. Yo incluiría sus Cartas Pastorales en la recomendación de lectura.

El director de Palabra Nueva apunta también a la falta de ética profesional en el periodista al llamar por teléfono a Fariñas, (y no al Cardenal, objeto de crítica de aquel), actitud que responde a agendas preconcebidas y no a la indagación en las fuentes que caracteriza al buen periodismo. De la llamada telefónica al huelguista, Oppenheimer infiere (¿ratifica?) que la Iglesia no se opone más al gobierno para no perder privilegios. ¿Cuáles? No dice. Si es la posibilidad de contar con una prensa, el columnista (y sobre todo los cubanos) debemos estar contentos de que el clero y los laicos quieran conservar sus logros (y no ‘benefits’, como le llama). Opina también que el “tímido” reclamo del Cardenal responde a la presión de otros prelados. ¿Quiénes? Tampoco aclara.

Si la Iglesia buscara alianzas fáciles, ¿dónde ubicar la explícita negativa de esta institución  “a sumarse a una alianza entre marxistas y cristianos para desarrollar su misión en Cuba” (Jaime Ortega, “Nuestra voz…”), actitud que le ha valido autonomía y gestión pastoral, esta última, su razón de ser? Llama la atención que ni siquiera la explicitación que ha hecho la Iglesia cubana de su diferenciación de movimientos cristiano-marxistas como la teología de la liberación, sea suficiente para sus atacadores.
Cuando Oppenheimer dice que Ortega no es “héroe en su libro,” pues no tiene el perfil de otros prelados latinoamericanos que han sacrificado su vida por intervenir en contra de regímenes opresivos ¿estará  pensando en Monseñor Oscar Arnulfo Romero, buscador de puntos en común entre cristiandad y marxismo?  El 24 de marzo del 2010 se cumplieron 30 años de su asesinato. Reviso los archivos de The Herald. No hay columna de Oppenheimer sobre ello. Repaso también Crónicas de héroes y bandidos. Romero no figura entre los últimos. Pero como intuí, tampoco entre los primeros.

Segundo acto: La ira de la ex novicia 


Aparece en escena Dora Amador, ex novicia y ex columnista de El Nuevo Herald. Después de trabajar para dicho periódico de 1989 a 1998, Amador toma la peculiar decisión de retornar a Cuba a hacerse monja de la orden de las Misioneras del Sagrado Corazón. A los tres años de vida conventual habanera, regresa a Miami —por razones no del todo explícitas— en condición de laica. Ahora, en el 2010, trae intriga y violencia verbal a este drama.

Su artículo “El Cardenal y el huelguista” echa mano al ya socorrido macartismo de ciertos exiliados. Amador menciona como parte de una “agenda maligna” (…) “al Cardenal, al obispo José E. Serpa, de Pinar del Río, a Alfredo Petit y compañía, ¡Ah! Y al párroco de Santa Rita, Monseñor Félix Pérez Riera, miembro de la Seguridad del Estado”, información que dice haber confirmado “por medio de otras fuentes” (“El Cardenal…”).

De las acusaciones conspirativas la ex novicia pasa al ataque personal contra el Cardenal. “¿Qué habita en su corazón, Jaime Ortega?”, le dice. Y continúa: “Usted es un anticristiano si no se pone del lado de los presos enfermos, si no le exige al gobierno cubano que los libere. Por su mente no ha pasado, ¿no es cierto? Cobarde.” Para rematar, le llama ‘fariseo cubano.” ¿Qué dirá ahora cuando gracias a la intercesión del Cardenal, se ha iniciado ya el traslado de algunos de los prisioneros de la Primavera Negra?

El número de fieles, la asistencia a misa y los bautizos han aumentado considerablemente en los últimos años.

En contraste, a Fariñas le llama “un Cristo viviente.” Algo anda mal. No es coherente que personas supuestamente cristianas veneren formas de auto aniquilación que nada tienen que ver con la doctrina de una iglesia, de la cual dicen ser seguidores. ¿Por qué en lugar de envalentonar más a Fariñas, manipulándolo con llamadas al hospital Arnaldo Milián Castro en Santa Clara, quizás desde La Carreta,  no lo instan a preservar la vida, el más caro regalo de Dios?

Amador llama “cínico” al arzobispo, cuando éste critica el tratamiento del tema cubano desde el exterior: “Esta fuerte campaña (…) contribuye a exacerbar aún más la crisis. Se trata de una forma de violencia mediática, a la cual el gobierno cubano responde según su modo propio”, expresa Ortega, quien condena también la reaparición de mítines de repudio en La Habana. No entiendo el exabrupto de la ex novicia. ¿Acaso desconoce la burda manipulación de Oscar Haza, quien de lunes a viernes se empeña en entorpecer y complicar aún más el destino de nuestra nación y sus ciudadanos, desde su cómodo estudio de televisión? ¿Desconoce eventos como la indecente irrupción de Gina Romero, de Noticias 41, en el hospital donde se recuperaba Pánfilo, para entrevistarlo, ganando rating para el canal a costa de poner en peligro a su entrevistado, y violando todo código de ética periodística?
Pero no hay que ir tan lejos. Fue la propia Janisset Rivero (una de las líderes del Directorio Democrático Cubano, al cual pertenece la ex novicia), quien llamó a su contacto en La Habana, con instrucciones a la madre de Zapata Tamayo para que fuera a hacer una declaración de prensa, en vez de a ver a su hijo moribundo. ¿No es éste un perfecto ejemplo de acosadora violencia? ¿Será que la violencia en Miami, de tan ubicua, ha sido incorporada hasta por los feligreses de sus templos? ¿Será que las propias palabras de Amador son sinécdoque de una ciudad acéfala y virulenta?

Puede ser también que la ex novicia no entienda bien al Cardenal cuando lo increpa: “Dime Jaime, ¿cuándo en Miami el gobierno ha lanzado una turba contra los cubanos en la isla?” Señora Amador, le explico: “Jaime” no se está refiriendo, obviamente, a la violencia del gobierno cubano hacia Miami. Se está refiriendo a la violencia de Miami contra Miami, que de tan incorporada, usted no percibe como tal. Se está refiriendo a la bomba en el Museo de Arte Cubano, a la del garaje en casa de María Cristina Herrera, fundadora del Instituto de Estudios Cubanos. A una ciudad que en lugar de enjuiciar a consumados terroristas que la habitan, nombra calles en su honor.  A los cocteles molotov, a las pedradas y asedios verbales antes los cuales la profesora Uva de Aragón ha dicho que le dan la misma vergüenza que los actos de repudio en Cuba. ¿Por qué en lugar de tanta ‘operación ID’, no identificamos a los violentos de nuestro patio?

No he encontrado ni en sus artículos de Palabracubana.com, ni en sus columnas de El Nuevo Herald, referencias a estos asuntos. Si usted, al igual que Oppenheimer, ha dicho frases como: “If the Bush administration fails to deport suspected Cuban exile terrorist Luis Posada Carriles, it will make a mockery of its war on terror” (The Miami Herald, May 20, 2005), por favor, refiérame la cita y acepte mis disculpas.

Tercer acto: Nuevos actores en escena

La reciente reunión del Cardenal Ortega y del Presidente de la Conferencia Episcopal Dionisio García Ibáñez con Raúl Castro no es un hecho sorprendente, pues la Iglesia, por años ha buscado entrar en un diálogo constructivo con el gobierno cubano que posibilite su apostolado. Ha sido un camino lleno de tropiezos, pero también de logros graduales y contundentes.

Antecedentes a este tipo de negociación se encuentran en la excarcelación de un gran número de prisioneros en 1988, tras la gestión de la Conferencia Católica de Estados Unidos, los obispos cubanos y el Gobierno; y también diez años después, tras la visita del papa Juan Pablo II a Cuba. Sin embargo, nunca antes los prelados cubanos se han desenvuelto con el protagonismo con que lo han hecho en las recientes conversaciones. El hecho de que la Iglesia cubana esté en el ojo del ciclón, y con capacidad de apaciguar sus vientos, es inédito.

Lo que el profesor de Harvard Jorge Ignacio Domínguez llamó en 1989 la transformación de una Iglesia en Cuba en una Iglesia de Cuba y para Cuba, ha alcanzado una dimensión novedosa en los últimos días.  Domínguez se refirió al Concilio de Puebla en 1979 auspiciado por el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano), como detonante para una nueva era en la Iglesia de la Isla (Cuban Studies 19). Temática fundamental de dicho concilio fue la preocupación por los pobres en Latinoamérica. La Iglesia cubana, en sintonía con la tónica del evento, contextualizó y repensó su papel dentro del momentum revolucionario en el que ineludiblemente se hallaba y halla inserta. Optó por participar, por entregarse a su pueblo, retando casi veinte años de nefastas políticas gubernamentales, y resistiéndose a seguir siendo excluida. El vaticinio y exhortación de Monseñor Azcárate en 1979 (“hace falta una Puebla para Cuba”), comenzaría a hacerse realidad en la década entrante.

La renovación de una fe religiosa, por años oculta o disminuida, guarda una estrecha relación con la crisis de la sociedad cubana.

Se inaugura entonces un período de análisis conocido como Reflexión Eclesial Cubana (REC), que culminaría en 1986 con el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC). El ENEC produjo no sólo logros concretos como la creación de un Cáritas en Cuba en 1991, la formación de grupos de laicos en todo el país, las asambleas interdiocesanas, un incremento de órdenes y congregaciones religiosas, así como la aparición de publicaciones católicas socio-culturales dirigidas por laicos. Se produce algo incluso más significativo: la solidificación de una autoconciencia religiosa de cara a la realidad cubana, desde el afianzamiento de su institucionalidad. Este deseo de reinserción en la  realidad o “cubanización” de la Iglesia sería acogido por todos (pueblo y Estado) con buenos ojos, sobre todo en la precariedad del Período Especial que en pocos años se advendría.

El documento final del ENEC representó el esperado viraje en las relaciones Iglesia-Estado en Cuba. Pero no sólo porque incluía una crítica severa a las férreas políticas del Gobierno hacia esa institución a partir de 1959, sino también porque aludía a genuinos puntos de confluencia entre la Iglesia, los laicos, y el proyecto nacional al que aquella quería contribuir. De esta forma, si bien reprochó sin titubeos los obstáculos a las celebraciones religiosas, así como a la institucionalización del ateísmo en la educación, la propagación del aborto y otras consecuencias de la antirreligiosidad oficialista, no dejó de celebrar la expansión y calidad de la educación en Cuba, la promoción de la cultura, el valor de un sistema público de salud y otros logros alcanzados después de 1959.

La Iglesia cubana, “encarnada, orante y misionera”, reclamó y obtuvo un lugar dentro de nuestra historia. Resultados concretos del ENEC fueron, en el mismo 1986, la sustitución del lenguaje discriminatorio hacia los católicos, por otro inclusivo y respetuoso en una de las resoluciones del Tercer Congreso del Partido Comunista. Al  mismo tenor se abrían en 1991 las filas del Partido al ingreso de los no creyentes. Y en 1992 la Reforma Constitucional haría explícita la negación a prácticas discriminatorias a otros por su religiosidad.

 No puede decirse, sin embargo, que después de estos cambios la relación entre la Iglesia y el Estado ha sido una panacea. La caída del campo socialista marcó el inicio de una crisis insuperada para el país. En este contexto, la Iglesia no vaciló en alzar su voz con la Carta Pastoral de 1993, “El amor todo lo espera.” En dicho documento, Monseñor Ortega criticó lo que consideró fallas institucionales (excesiva ideologización de estructuras cívicas que deberían tener un basamento más bien ético) y el deterioro creciente de la sociedad cubana, no sólo material, sino también moral y psicológico. Desde el Granma se lanzaron ataques que demeritaron lo que creo fue un punto central de aquella misiva: la invitación a un diálogo en búsqueda de soluciones.

No obstante, llamada a promover esta cultura del diálogo, la Iglesia no ha buscado ni descanso ni acomodo. Una lectura cuidadosa de otras Cartas Pastorales como la de 1999 (“Un solo Dios Padre de todos”), así como de los editoriales y artículos publicados por Espacio Laical, ilustra como esta institución, ajena a  triunfalismos vacuos, no ha temido discutir asuntos álgidos de la realidad cubana.  En sus más recientes editoriales exhorta al gobierno a implementar los esperados cambios económicos (“Hora de definiciones”) y a expandir las reuniones de la nación y la emigración a una perspectiva más pluralista y participativa, en que la diáspora no sea un mero agente pasivo (“La nación y la emigración: la urgencia de un diálogo”). ¿No es éste acaso el tipo de transición gradual y no violenta que buscamos los cubanos de buena voluntad?

La convocatoria al diálogo lanzada por la Iglesia Católica en 1993 ha sido finalmente escuchada por el presidente Raúl Castro. Para los que prefieren enfocarse en la supuesta manipulación detrás de estas conversaciones: ¿cuánto valen la vida del huelguista y de los presos enfermos? ¿Y cuán riesgoso no es el reconocimiento de nuevos actores en una obra cuyo único protagonista hasta ahora ha sido el Estado cubano?

Cuarto acto: Una luz en la oscuridad

Amador y Oppenheimer yerran al desestimar la voluntad y capacidad de la Iglesia de propiciar cambios. Obvian las contribuciones concretas con las que, desde su pastoral social, ha apostado por una Cuba mejor. Pasan por alto la apertura de comedores para ancianos en las parroquias, la Pastoral Carcelaria, la ayuda a los que viven en extrema marginalidad y a los migrantes internos, así como la encomiable labor de esta institución con los enfermos, ejemplo de lo cual es el trabajo del Padre Fernando de la Vega, al frente del Proyecto Sida. Prefieren, al menos Amador, apuntar con el dedo a presuntos sacerdotes “agentes.”

Por mi parte, opto por recordar el impacto positivo que tuvo en mí la Iglesia cubana. Crecí guiada por la humildad y la sabiduría de los salesianos Higinio Paoli y Bruno Roccaro. Italianos, pero aplatanados desde su llegada a la Isla en los setenta, implementaron en la María Auxiladora de Teniente Rey y Compostela el concepto sanjuanbosquiano de “oratorio”, un espacio de aprendizaje y diversión donde crecieron generaciones enteras de niños de la Habana Vieja, a quienes en los peores momentos de crisis, se les ofrecía una cena diaria. A nuestro templo asistió el arzobispo, en incontables ocasiones, a celebrar misa.

Podría mencionar también las famosas “Convivencias” salesianas y diocesanas, espacios de reflexión y acogida a todos los jóvenes cubanos; la subida al Pico Turquino, donde celebramos misa al pie del busto de Martí, en momento conclusivo de uno de esos encuentros; los ensayos corales para la misa del ENEC, donde interpretaríamos esa maravillosa misa cubana de Ortega, el músico; las visitas de domingo al asilo de Santo Venia o a los enfermos de la diócesis. Al contrario de lo que sugiere Amador, la organicidad con que ocurrían y ocurren estos eventos es señal de la profunda coherencia entre la jerarquía, el resto del corpus sacerdotal y los laicos.

Otro de los momentos fundacionales de esta Iglesia cubana es su interés en el patrimonio cultural de la nación. Recuerdo ahora la edición y ensamblaje a mano de la revista Vivarium en el propio arzobispado, proceso al que colaboré junto a mis profesores de Filosofía de la Universidad de La Habana, quienes por ese tiempo se habían convertido al catolicismo. Fundamental fue entonces para ellos ―y ha seguido siendo, para todos― la figura de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, quien desde el ejercicio de su espiritualidad e intelecto ha sido promotor incansable del ecumenismo y el pensamiento religioso y filosófico.  Gracias a su marcado interés por la cultura, las puertas del Seminario se abrieron al público habanero con aquellas charlas de finales de los ochenta y principios de los noventa, entre las que se cuenta la de Manuel Moreno Fraginals y otros prestigiosos profesores de la Universidad de La Habana. Hoy, con las mismas intenciones, se abren al pueblo cubano de dentro y fuera de la isla las páginas de Palabra Nueva, revista de la cual también es fundador el Padre biznieto de patriota.

Es el liderazgo sabio de Jaime Ortega y Alamino —a quien Juan Pablo II nominó cardenal en el Consistorio del 26 de noviembre de 1994—, de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes y de otros líderes eclesiales, lo ha posibilitado el florecimiento de esta iglesia de amor. Desde ella se fomentan alternativas para la fecundación de una conciencia cívica, que tanta falta hace a una nación afectada por la emigración y la separación familiar, el embargo de Estados Unidos, el auto embargo mental de quienes se oponen a cambios inminentes, la corrupción (reconocida ahora por sus propios dirigentes) y otros males. El que no reconozca que esta función de revitalización de la autoestima colectiva llevada a cabo por Iglesia cubana, es el resultado de una jerarquía clara en sus propósitos y firme y amorosa en el compromiso con su pueblo, es que no quiere realmente lo mejor para su patria.

Yo al menos, esa es la Iglesia que conozco. Una que ha buscado puntos de contacto con el proyecto nacional revolucionario cubano, iluminando sus zonas de oscuridad, y convergiendo con las que han sido, en esencia, coherentes con el Evangelio. Una Iglesia que ha fomentado el amor patrio a la luz del pensamiento del Padre Varela, así como de figuras laicas pero esplendentes como Martí. No me consta que haya tenido antes de 1959, menos aun, su jerarquía, metas tan claras o entrega tan íntegra a su pueblo.

A Oppenheimer, que lleva pronosticando la hora final de Castro por dos décadas, es hora de pedirle más modestia al analizar una realidad en la que ha probado estar muy errado. A la hermana Amador, que tuvo la ocasión de conocer de cerca el mismo movimiento eclesial cubano al que hoy vilipendia, la exhorto con toda humildad a meditar sobre las preguntas del profeta Isaías, 37:23: “¿A quién injuriaste y a quién blasfemaste? ¿Contra quién has alzado tu voz, y levantado tus ojos en alto?”


Wednesday, March 31, 2010

Las manchas de una marcha

Nueva York  31/03/2010

 Luis Clemente Posada Carriles

Después de repasar los acontecimientos relacionados con la marcha convocada desde Miami por Gloria y Emilio Estefan en apoyo a las Damas de Blanco, cabe la pregunta: ¿A dónde llegamos con esta marcha? Es una pregunta en pasado, pero también de cara al futuro. El punto de partida de la manifestación fue conocido y compartido por los participantes: condenar el atropello físico y verbal contra las esposas y madres de los disidentes encarcelados en Cuba desde el 2003. Pero ¿bajo qué premisas, y más importante aún, cuál fue el punto de destino?

La convocatoria de los Estefan debió poner en alerta a aquellos que asistieron sin conocer los estándares bajo los cuales era auspiciada. "No importa de qué forma pensamos que suceda una transición, pero queremos una Cuba libre para los cubanos que viven en Cuba”, comentó la cantante en rueda de prensa. No es concebible, dentro de todo el caos ya existente en la sociedad cubana, una marcha que, bajo el supuesto lema de apoyar la disidencia pacífica en la Isla, desestime el tipo de transición que debe llevarse a cabo.

No debe ser noticia para nadie que el carácter de la transición determinará el futuro de nuestra Isla. ¿Cómo establecer estas acotaciones como punto de partida para convocar al exilio? ¿Qué consecuencias tuvo una convocatoria como ésta, que no establece prioridades ni deslindes?

Como si las palabras de Estefan fueran conjuro, ahí, entre los que participaron en la marcha, estuvo Luis Posada Carriles. Posada Carriles representa precisamente el tipo de intento de transición que debe ser rechazado de plano por cualquier patriota: la transición a través del terror, sin respeto por la vida de mujeres u hombres, jóvenes o adultos. El terrorismo debe ser una forma de lucha condenable por todo demócrata, más allá de su ideología. Eso debía estar claro, tanto para los organizadores de la marcha, como para los participantes. Obviamente, a juzgar por la convocatoria de los Estefan, no lo estaba.

Miami y sus coqueteos complacientes

Desde una lógica de imparcialidad, puede decirse que no se pudo prever (ni prohibir) la presencia de Posada Carriles en la marcha, y que un rapto de patriotismo e impotencia ante el abuso contra las Damas llevó a muchos a participar de la manifestación, sin cuestionar en detalle el discurso de sus promotores. Una reconocida escritora cubana radicada en Miami me comentaba que, “aunque quienes la convocaron no son santos de su devoción, ella [y sus amigos] estaban allí por una causa mayor, y era demostrarle al mundo su solidaridad hacia esas mujeres y hacia los que sufren en Cuba”. Pero, ¿cuán admisible son estos argumentos a estas alturas? ¿No son, cuanto menos, reflejo de un exilio renuente a madurar, a pesar de los años? ¿Por qué, si tanto amor patrio se quiere profesar, no convocar a una marcha bajo otros estándares, en los cuales, al hablar de transición, se incluya un explícito énfasis en la inadmisibilidad de posturas revanchistas, propiciadoras de caos, y centradas en intereses de venganza?

¿Es que acaso estos mandatos de cordura y eticidad siguen estando ausentes del imaginario de nuestro exilio?

No debe haber condescendencia hacia las instituciones que hacen de Miami una ciudad cómplice con un statu quo, que no ha hecho más que ahondar el abismo entre la situación de caos en la Isla y la posibilidad de una transición pacífica. Es el colmo del absurdo que Posada Carriles se presente vestido de blanco en una marcha que apoya el pacifismo de estas mujeres, cuando con sus hechos ha sido agente de una violencia descarnada. Pero más indignante es que, en una primera versión de la noticia en internet, El Nuevo Herald comente su presencia en la marcha sin el más mínimo asomo de sorpresa llamándole, como es ya costumbre en ese diario, “luchador anticastrista”.

Saldos

¿Qué ganancias concretas o simbólicas propicia esta marcha? Ninguna. Los prisioneros de la Primavera Negra seguirán en sus celdas, quien sabe si expuestos a mayores abusos revanchistas. Las madres seguirán sus marchas sujetas tal vez a una mayor violencia, en el supuesto de que quienes las repudian puedan considerar que atacan a las aliadas de un terrorista. Por su parte, Shakira, Ricky Martin y Gloria Estefan incrementarán sus ventas en El Museo del Disco. Como gesto simbólico, lejos de coadyuvar a la delineación de un exilio maduro, capaz de distinguir sus luces de sus sombras, la marcha nos inscribe una vez más en una historia de silencios cómplices ante violaciones equiparables con creces al atropello de las Damas, como son los actos terroristas de Posada Carriles o los cincuenta años de embargo impuestos a la Isla.

A nivel político, el balance era también previsible: manipulaciones de uno y otro lado. Los cabilderos de Washington usarán los hechos para crear un nuevo momentum de paralización de las relaciones. Menos viajes, menos intercambios académicos, menos puntos de negociación entre los gobiernos implicados. Cuba, por su parte, tendrá tela por donde cortar en nuevas mesas redondas que aludirán, no sin cierta razón, a la condición acéfala de nuestro exilio, a la falta de un liderazgo serio, y a sus alianzas con el terrorismo. El abismo se ahonda nuevamente.

Un deslinde necesario

La violencia ejercida por instituciones del gobierno cubano contra sus opositores no tiene justificación —trasciende el hecho de que aquéllos reciban o no dinero del gobierno norteamericano—, y como tal debe ser denunciada. El avasallamiento, tanto verbal como físico, debe de ser descartado por todo gobierno respetuoso de sus propias leyes. Pero esto no hace menos condenables otros atropellos, como los cometidos por Posada Carriles y otros sectores extremistas del exilio.

Reconocer esto nos lleva a un lugar que debía ser hace rato habitado por nuestro exilio: el de la heterogeneidad y la diferencia. Es hora ya de que el exilio cubano deje de verse como un todo monolítico, cuyos miembros tienen agendas y demandas intercambiables. A contrapelo justamente de lo que la marcha propició, la verdadera ganancia estaría en empezar a ver matices diferenciables dentro de los grupos de exiliados, lo cual les aseguraría, en primer lugar, legitimidad y agencia política.

La violencia de grupos como los que Posada Carriles representa ha ido a la par con el apoyo a agendas plattistas y la institucionalización del embargo como garrote para el pueblo cubano. Tales formas han sido inscritas, año tras año, en la memoria colectiva de Miami, a través de medios de comunicación no comprometidos con los verdaderos intereses del pueblo cubano. De tanto repetir estos mantras, se ha creado la ilusión de que todos pensamos igual, y el que lo hace de manera diferente es demonizado por una media ventrílocua.

Sin embargo, el concierto de Juanes demostró que la heterogeneidad del exilio es ya un hecho, y no debe permitírsele a ningún extremista como Posada Carriles ponerlo en duda. Como mismo existen dentro de Cuba opositores desvinculados del gobierno norteamericano, debe de haber en su exilio una zona que tome distancia de posturas como las esgrimidas por el CLC, Vigilia Mambisa, Ileana Ross-Lehtinen y los hermanos Díaz-Balart. Fariñas ha dicho en recientes declaraciones que no debe haber negociación entre el gobierno de Cuba y el de EE. UU. Pero esta línea dura no es la que caracteriza a toda la oposición, menos a aquella que no legitima la huelga de hambre como forma de lucha. En correspondencia con estos últimos, que buscan cambios graduales y no financiados por gobiernos, entidades o individuos desde el exterior ―menos aún de corte terrorista―, debe de existir un exilio que marque distancia de esos agentes sempiternos del terror. Y esta gama de matices no puede originarse en una marcha (muy a pesar de sus sombras) monocromática, en la cual se desconoce a ciencia cierta los dobles estándares de sus organizadores, así como sus puntos de partida y de llegada.

Publicado originalmente en: http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/las-manchas-de-una-marcha-232766

Reproducido por Unión, por iniciativa de esta institución: http://www.uneac.org.cu/index.php?module=noticias&act=detalle&id=3022

Wednesday, March 10, 2010

La entrañable lejanía: un grano de arena para una estrella de mar

Nueva York | 10/03/2010

Sala oscura. Hacia la izquierda, una estela de humo de cigarro revela la presencia de la Interrogadora, quien empieza a disparar preguntas a su interlocutor. Éste, sentado en una silla, mira al público asustado:

―¿País de origen?
―Estados Unidos.
―¿Viaja mucho?
―Casi siempre por trabajo.
―¿Qué fue lo que hizo en Cuba?
―Investigación. Puramente académica.
―¿Investigando qué, exactamente?
―Tortugas.

Pero la oficial –a todas luces de Inmigración-- intuye que su interrogado miente, o al menos profesa medias verdades, cuando lo increpa con sorna: “¿Y qué hay de malo con las tortugas americanas?”
La escena corresponde a la obra multimedia La entrañable lejanía, basada en la idea original de su creador y compositor musical Sage Lewis y de la video-creadora Alexandria Lewis, con Chi-wang Yang a cargo de la dirección del performance.

Ésta es la primera coproducción de este tipo entre Cuba y Estados Unidos y se presenta este jueves 11 de marzo en el Byron Carlyle Theater, después de una exitosa premier en el Festival de Cine de La Habana en diciembre del 2009.

La tensión entre Autoridad e individuo que rodea el tema de la (in)comunicación entre ambos países es sólo uno de los ejes temáticos de la obra. El amor imposible, algo que parecía algo del pasado, recobra aquí una inusitada frescura anglo-criolla. Y es que en efecto, no son las tortugas el único móvil del Amante (Armando McClain). Allá lo espera Ana (Ana Yipsia Torres Cueva), una doctora de quien se ha enamorado. Después de varios años de visitas, la pareja llega al límite de esta relación a distancia. La salida de Ana a los Estados Unidos no es opción plausible. Además de ser médico, lo cual, por razones obvias complica su partida, Ana no quiere dejar atrás a su padre, y parece estar decidida a quedarse en su nativa isla, a pesar de su amor por Amante.

Este dilema de la imposibilidad de cohabitar juntos un mismo espacio es enfatizado por la incorporación de imágenes de video que irrumpen en el escenario ocupado por los norteamericanos –la Interrogadora y el Amante—, únicos actores en vivo de la obra.

Suena sencillo pero se trata de un complicado proceso en que los parlamentos de éstos deben estar en perfecta sincronización con las proyecciones holográficas de la Habana y sus actores, para que los personajes ‘reales’ entablen diálogo fluido con sus homólogos cubanos (virtuales).

“Todo comenzó en el 2005 cuando Sage y yo fuimos a Cuba”, explica la esposa de Sage, Alexandria Lewis, la cual se encarga de la parte fílmica, incluyendo la edición de los videos, con Boris González Arena como contraparte cubana. “Se nos ocurrió una obra con video-personajes cubanos y personajes americanos, como forma de mostrar las barreras que dificultan el intercambio cultural y de toda índole entre nuestros países. En esta obra los cubanos y los norteamericanos están separados ya no sólo por la política y la geografía, sino por los medios: teatro y video. Pertenecen a mundos opuestos en toda forma imaginable, incluso a nivel estético, pero luchan por sortear los abismos que los separan.”

De regreso a Los Ángeles en el 2005 la pareja asistió a CALARTS (California Art Institute), donde completaron estudios superiores de cine. Un año más tarde, a través de un amigo (Juan Carlos), dieron con el cubano Yasef Ananda, quien terminaría fungiendo como productor de la obra. “Su aporte es inconmensurable”, comenta Sage, licenciado en Composición Musical también por CALARTS, quien ha desarrollado un interés práctico en la integración de la música a la experiencia peformática.

“Yassef es graduado de la Escuela Internacional de Cine y del ISA. Ahora es parte del Academia Nacional de Cine de Beijín, donde está completando su doctorado”. “Fue quien hizo posible que se filmaran las imágenes de La Habana en el 2007”, interrumpe Alexandria. Nos conectó con nuestros colaboradores cubanos: con Boris, al frente de la parte fílmica, con la escritora cubana Agnieska Hernández, con el cinematógrafo Raúl Pérez Ureta, con los actores...”

Yasef parece haber sido el power broker capaz de echar andar la fase habanera de este complejo proyecto. Su labor incluyó desde la tramitación de los permisos del Comité Central y del ICRT para la filmación, hasta el hacer posible la experiencia de la escritura colectiva de la obra, de la cual él mismo formó parte. “Antes de Yasef, la norteamericana Joy Tomasko era la única escritora. Es Yasef quien imagina a Agnieska Hernández como buena contraparte para Tomasko, con quien ésta compartió un mes en La Habana desarrollando ideas y escribiendo”, explica Sage. La elegancia poética y la gracia del sofisticado guión indican que el match no pudo ser mejor. A ello contribuyen la exquisita creatividad de Boris G. Arenas y de Jane Picket, de Estados Unidos.

Chi-wang Yang, al frente de la parte teatral, se incorporó al proyecto en el 2007. Su aproximación multidisciplinaria al teatro y su experiencia como artista de los medios digitales, las cuales le han valido exitosas presentaciones en el REDCAT y el New York International Fringe Festival, explican también la armonía con que se integran teatro y video en la puesta. Es sin dudas otro partner perfecto para Sage, quien como Chi-wang, posee una mente y un espíritu renacentistas. Cuenta con al afortunada dramaturgia de Esther María Heránadez, cubana ex-profesora del ISA y residente en Estados Unidos.

En enero de 2008 se hizo posible un primer taller en Los Ángeles, donde se presentaron partes de la obra entonces en ciernes. CALARTS los ayudó con el espacio para estos talleres y con los equipos, lo cual dio visibilidad al proyecto. Después de esto, gracias a la agencia del Miami Light Project y su fomentación de expectativas en el mundo teatral norteamericano hacia el proyecto–además de ayudarlos con la premier en La Habana--, recibieron una subvención de $15.000 por parte del departamento de Cultural Affaires de la Ciudad de los Ángeles. “Project Troubador, una fundación que promueve el intercambio musical fuera de los Estados Unidos, contribuyó con una beca de $10.000”- explica el joven director. Pero esos dineros, a los cuales se suman donaciones de individuos, apenas han sufragado los costos de la producción y de viajes. El Proyecto Por Amor, del cual Entrañable lejanía es hijo primogénito, se ha logrado gracias al trabajo voluntario de los participantes. De enero del 2008 hasta la fecha, suman aproximadamente 20.000 las horas (no remuneradas) de trabajo total de los participantes.

La puesta en La Habana no estuvo exenta de tensiones, expectativas, y sorpresas de última hora, entre las cuales puede mencionarse el intento de cancelación por parte de las autoridades culturales cubanas, hasta las lágrimas del público durante la función y el panel de preguntas y respuestas que tuve la dicha de ayudar a organizar el día de la última función. “No nos quejamos- comenta la pareja. Estas cosas son entendibles cuando estamos hablando de un proyecto unique, el cual por primera vez trata de acercar a dos naciones que han estado traumáticamente separadas”. Comentan que de buena tinta se enteraron que el concierto de Juanes estuvo pendiente de cancelación innumerables veces.

“Llevamos todo desde los Estados Unidos, excepto un televisor y las luces. Dormimos cada uno 30 minutos por día por una semana, tomando turnos, pues sólo teníamos tres días para instalar y ensayar. El equipo técnico del Teatro Mella nos dio un apoyo increíble. Se pasaron horas trabajando de gratis para hacer posible este proyecto. Esa incondicionalidad y amor de los cubanos es lo que quisiéramos hacer resaltar, dentro de toda esta saga”, comenta Sage.

Según explica la pareja, la puesta de Miami no debe diferenciarse desde el punto de vista técnico de la de La Habana. “Es llamado suitecase or pop-up show, puesto que todo se lleva con uno de manera ambulante''.

Las críticas al inmovilismo profesional generado en la isla a partir de la crisis de los 90s se hacen sentir en los parlamentos de un físico nuclear devenido guagüero, quien ante el desasosiego de Amante en La Habana [“No sé como llegué aquí”], responde: “Es una buena pregunta. Ojalá no te pase lo mismo que a mí, que iba a manejar átomos y terminé manejando el cacharro este. Reubicación de personal.” Amante parece no entender las dislocaciones físicas y metafísicas que ocurren en la isla (¿quién acaso las entiende?), cuando dice: “Un físico chofer de guagua… Será esto una especie de agujero negro? Algo así como una séptima dimensión?”


Ana, por su parte, a pesar de que quiere permanecer en la Isla, es crítica ante la crisis, enfrentándose al pensamiento filocomunista de su padre, al cual interpela: “¿De qué economía tu hablas si en cincuenta años este país no ha producido una lechuga decente?. En mi hospital, los mismos empleados se roban la tela antiséptica, los pacientes los colchones, los médicos las medicinas. Es un desastre, todavía los dirigentes de este país…” “¡Shhhhh!!! ¡Habla bajito Ana!”, interrumpe el padre. ¿Hay que añadir más en este sentido para entender la trascendencia de esta premier en La Habana?

Otros elementos balancean la crítica, la cual se gira hacia la política externa norteamericana hacia la isla, fracasada en sus objetivos originales de desbancar al gobierno comunista, y propiciadora de un aislamiento y asfixia que sólo afecta el cubano de a pie. Un ejemplo claro de ellos son las dificultades de comunicación a través del medio más pedestre (el teléfono) acentuadas por la obra. La comunicación entre Ana y Amante se reduce muchas veces a llamadas interrumpidas o que nunca llegan a suceder : “Hace rato no sé nada de él. Quizá se cansó de llamarme.” Otras veces Amante se desespera ante las frustradas llamadas: “¿Oigo? ¡¿Oigo?! Di algo. ¿Estas ahí?”


Pero la crítica más contundente es la que se sugiere en los diálogos del Amante con la Interrogadora, sobre las restricciones de viaje implementadas por el gobierno norteamericano. Es cierto que se critican igualmente las limitaciones de viaje impuestas por Cuba [“ ¿Y por qué no puede viajar un médico por amor?”, se pregunta Ana]. Pero lo que perturba a Amante, ciudadano norteamericano, es la violación de sus derechos por su gobierno, representado por la Interrogadora (Andrea LeBlanc), quien se atribuye el derecho de escrutinio incluso a los pensamientos de aquél. Y cuando Amante le dice durante uno de los interrogatorios: “No le oí leerme mis derechos”, la Interrogadora le responde impasible: “Por que no se los leí.”

Motivo repetido es el sentimiento de duplicidad y de teatralidad que embarga a quienes estamos en este “teatro del mar” de la separación entre los dos países. Las palabras de Amante transmiten la angustia que ello causa: “Cada cosa que hago, cada rutina es ahora doble, está dividida en dos: ir a trabajar aquí y allá, comer esto y aquello al mismo tiempo. Total y desesperadamente dividido. Todo está, al mismo tiempo, lo más lejos y lo más cerca posible. Estoy en la tierra, pero la sensación de estar en el mar no me abandona (…) Estoy en el medio, viajando de un lugar a otro. Una extraña lejanía, una lejanía entrañable”.

Una cámara en el escenario, la cual va capturando y grabando escenas de la puesta en vivo, refuerza este sentimiento de fragmentación, ya sugerido por la separatividad que proporcionan video y teatro. “La cámara encuadrando caras y situaciones es una metáfora de las complejas relaciones entre Cuba y Estados Unidos, las cuales son explicables como una filmación, cuyo resultado y entendimiento dependen del ángulo que se escoja; de la parte que sea expuesta en el proceso de filmación”, comenta Alexandria, cinematógrafa on stage del performace.

 
La obra apuesta por la esperanza y el amor, sin pecar por ello de un triunfalismo que oblitere el desgarramiento de nuestras historias. Los Lewis dejan claro que lo que persiguen es reiniciar las expectativas de comunicación entre ambos países, así como poner de manifiesto la dificultad de tal empresa. Enrique Pineda Barnet, quien durante el panel de preguntas y respuestas de La Habana calificó el momento de “extraordinario y trascendental”, y de ser parte de “un enorme puente por encima de todas las diferencias”, confesó emocionado: “No puedo irme de aquí sin poner un grano de arena para esa estrella de mar” (…) “Acabamos de terminar una película que termina con este texto: ‘Ámense por encima de las diferencias porque no hay mayor amparo que nosotros mismos’”. Que la exhortación sirva para que esa entrañable lejanía entre ambas orillas se acorte.

*Nota: la obra es accesible para todo el público, pues cuenta con subtítulos en español e inglés.

Byron Carlyle Theater, 500 71st Street, North Miami Beach, FL 33141
Miami Light Project, Centro Cultural Español and FUNDarte
Jueves, Marzo 11, 2010- 8:00 - 9:30 pm
Viernes, Marzo 12, 2010 8:00 - 9:30 pm
Sábado, Marzo 13, 2010- 2:00 - 3:30 pm; 8:00 - 9:30 (Función de clausura)
US Company:
Sage Lewis: Creator & Composer
Aleigh Lewis: Co-Creator, Video Editor, and OnStage Cinematographer
Chi-wang Yang: Performance Director
Miranda Wright: Theater Producer
Shannon Scrofano: Scenic Design
Nathan Ruyle: Sound Design
Jeanette Yew: Lighting Design
Sandra Burns: Costume Design
Written by Joy Tomasko, Agnieska Hernandez, and Boris Gonzalez
With additional sections by Jane Pickett
Dramaturgy by Esther Maria Hernandez
Photography by Adrianne Koteen

Originalmente publicado en: http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/la-entranable-lejania-un-grano-de-arena-para-una-estrella-de-mar-230713