Friday, September 3, 2010

Las Ediciones El Puente y los vacíos del canon: hacia una nueva poética del compromiso

(En: Ediciones El Puente en La Habana de los años 60. Lecturas críticas y libros de poesía. Jesús Barquet Ed. Chihuahua, Ediciones del Azar, 2011.)

María Isabel Alfonso


1. El Puente y las dinámicas sesentistas.
El corpus literario recogido bajo el sello de Ediciones El Puente (1961-1965) constituye un capítulo olvidado de la historia literaria cubana. Sus textos fueron, la mayoría de las veces, objeto de fustigadoras críticas que les adjudicaban una supuesta falta de compromiso político, así como la recurrencia en una estética intimista, elementos que, argüían los atacadores, no se avenían con el carácter épico de los tiempos. En otras ocasiones las denostaciones se centraban en la “falta de calidad” de los textos.

El punto de partida de mi colaboración a esta compilación crítica es la deconstrucción de estos falsos presupuestos que han determinado la exclusión de El Puente del canon literario cubano, para llegar a un mejor entendimiento de los textos poéticos aquí incluidos. Exploro categorías como las de “compromiso” y “poesía revolucionaria”, convertidas en pautas para una reduccionista concepción de nuestra historia literaria. Por otra parte, no estamos ya en tiempos de enjuiciamientos estéticos que descarten textos por su presunta falta de calidad. El Puente desempeñó un papel —y no de escasa importancia, pero sí obviado hasta ahora— en la configuración del campo literario de los 60, más allá de gustos y presuntas calidades.

Para leer artículo completo, ir a: http://sjcny.academia.edu/Mar%C3%ADaIsabelAlfonso/Papers/539031/_Las_Ediciones_El_Puente_y_los_vacios_del_canon-_hacia_una_nueva_poetica_del_compromiso._

Cruzando El Puente en las encrucijadas de la historia

Cruzando El Puente en las encrucijadas de la historia*
Por Isabel Alfonso

El campo intelectual cubano de los sesenta se caracterizó por la articulación de una zona de tensiones en torno a la toma de posiciones del intelectual dentro del momento histórico en que concibe su obra. Dicha toma de posiciones estaría centrada en el cuestionamiento acerca del papel del creador dentro de la emergente sociedad socialista, tal como lo demuestran los debates recogidos en publicaciones como Unión, Casa de las Américas, Lunes de Revolución y El Caimán Barbudo entre otras.

Los escritores de El Puente conformaron la primera generación de poetas cuyo referente primario era el triunfo de la Revolución. Si la generación de los cincuenta aglutinó a intelectuales como Heberto Padilla, Roberto Fernández Retamar, José A. Baragaño, Pablo Armando Fernández, Fayad Jamís, Pedro de Oraá, y Roberto Branly, quienes se ubicaban en una línea estética post-origenista, la de los sesenta carecía de un vínculo directo con referente alguno, pues eran demasiado jóvenes: su hacer poético nacía con el hacer revolucionario. Los escritores de El Puente enfrentaban entonces un doble misterio heurístico: el de la creación poética y el de la creación revolucionaria. ¿Cómo conciliar ambos?

José Mario, director de la editorial, inauguraba esta búsqueda con su poema-libro El Grito, publicado en 1960. En 1962 El Puente publicaría la antología Novísima poesía cubana, con Ana María Simo y Reinaldo Felipe como antologadores. Unos meses después, José Mario fue llamado a la UNEAC para formalizar su ingreso y la distribución de los libros de El Puente a través de esta organización. José Mario aceptó la propuesta, pero se negó a que las publicaciones aparecieran bajo el tutelaje de la UNEAC. No obstante, después de la crisis de octubre y las crecientes nacionalizaciones, la editorial finalmente se incorpora a la UNEAC en 1964.

A pesar de tal incorporación y del interés participativo de estos poetas dentro del proceso revolucionario, al ser examinados a la luz de posiciones esencialistas y reduccionistas, los de El Puente fueron quedando cada vez más al margen del canon literario del momento. La historia continuó con la total exclusión de El Puente, y con la total afirmación de los Caimanes: Jesus Díaz obtenía su premio Casa de las Américas (1966), y era nombrado director de El Caimán Barbudo, mientras muchos de los escritores de El Puente quedaban cada vez más alejados del reconocimiento ¿Cuál había sido, entonces, el pecado de los de El Puente?

Comenta Pío E. Serrano, uno de los colaboradores de la editorial: En realidad los participantes de El Puente no estábamos vinculados por una poética común, ni por una homogénea disposición política. Esta disimilitud no era obstáculo entonces para la fraternidad en un proyecto común. Lo que sí nos unía era una voluntad de independencia, de autonomía...» (Serrano citado por José Mario, Revista 97) ¿No coincidía acaso esta posición con la de afamados intelectuales acogidos en el seno de Casa de las Américas como Robbe-Grillet, Ernesto Sábato e Italo Calvino ¿No era acaso característica de esta búsqueda la «profunda y enigmática sumersión del yo», ante la grandiosidad de los tiempos? ¿Carecían los de El Puente de un nivel de calidad literaria que los eliminara del panorama intelectual del momento?

Entre los autores publicados por esta editorial, hemos escogido sólo tres poetas, aunque poco estudiados, representativos de esta generación. En La marcha de los hurones Isel Rivero plantea las preocupaciones ante los nuevos tiempos: "Pero estamos aquí sintiendo como el tiempo corre sin remedio como volcamos energía sobre panfletos, sobre cartas, sobre archivos, agobiados en pequeñas tareas, en un juego de tortura." (Rivero 12) Junto a la inminencia e inevitabilidad de los tiempos se erige la duda, la pregunta, el yo ‘sumergido en sí mismo.’ El desgarramiento del yo inmerso en el proyecto colectivo no se da en estos poetas como secuencia fácil, pues “es como una marcha donde todos vamos separados/ acentuando nuestra absoluta soledad” (13). El cuestionamiento se ubica en un plano de pregunta universal, ontológica, marcada por las circunstancias, pero conectado con una búsqueda filosófico-existencial cuando dice el sujeto lírico: “ ¿Desde qué oscuridad remota ascienden los pasos del hombre/ que no distingo su esencia?/ ¿Cuál es el gesto de cotidiano enlace con el que tiende su vida?” (19).

Por otra parte, Reinaldo Felipe participa de un cuestionamiento más personalizado en la incertidumbre ante la nueva realidad: Me adelanto entre preguntas que refieren mi miedo salvando difundida emoción como un frágil velo de todos los posibles que envolviese su rastro he recorrido mi nítida consagración una vez más pero diversa porque a manera de artificial frecuencia me traslada una furia que pugna inabarcable para no decidirme. (7)

Los poetas de El Puente reconocen su imprudencia, su destiempo, pero nada puede hacerse con respecto a estos sentimientos y condicionamientos, sino nombrarlos en el verso. Por eso dice el sujeto lírico, no sin cierto desgarramiento, “ante un caudal violento de perpetuos espasmos/ me pretendo/ algo como una norma donde efectuar mi queja/ imprudente/ endosado argumento con que decido el tiempo (...) No hablemos de la desesperación, de José Mario, expresa el desgarramiento y duda de estos jóvenes poetas, cuando dice «uno esta tan destrozado –pero tanto– que hasta los actos/ más elementales nos son casi imposibles./ Los actos que nos fueron tan cotidianos otras veces/ nos exigen un esfuerzo creador”. Un sentimiento apocalíptico recorre estos versos: “No hablemos de la desesperación/ estoy más cerca del suicido que nunca (...)/ la soledad mordiéndome las manos”. Frente a la euforia colectiva de los tiempos, la opción del cuestionamiento existencial. Por eso, dice el poeta “Por qué es que luchas, por qué no te mueres una tarde/ con la vista hacia el mar de sufrimiento: muerto de risa: o como tal vez te grite un inútil transeúnte: muerto de miedo: / muerto de mugre o muerto de la mierda/ o muerto del carajo en esta isla (...)” (26). Nótese que la estética de José Mario no estaba lejos de aquella proclamada por los Caimanes cuando decían en “Nos pronunciamos” que “toda palabra cabe en la poesía, sea carajo o corazón” (“Nos pronunciamos” 11). Aquí intervenían, sin embargo otros elementos como el miedo, la desazón y la angustia, inexistentes en los épicos y laudatorios poemas de los Caimanes. La soledad es evocada también por este poeta cuando dice en su “Primer pequeño testamento”, “Estoy tan solo como la muerte/ Haberlo comprendido me ha hecho poderoso” (Mario, No hablemos 39).

Muchas preguntas pueden hacerse con respecto a la escasa repercusión de estos poetas, pero unas de las más interesantes es qué significación tiene la exclusión de los mismos del canon literario cubano, desde enjuiciamientos cuyos referentes fueron en muchos casos, extra-literarios; resultado del dogmatismo cultural de aquellos años, el cual daría origen a fenómenos posteriores como el denominado «quinquenio gris» de los setenta. La propuesta sería entonces concebir la elaboración de un canon literario desde el cuestionamiento de aquellos lugares comunes que establecen criterios de validez con respecto a las obras literarias de una época. Los de El Puente estaban apuntando hacia un reclamo que era, antes que nada, estético.

*Este artículo es un fragmento de su tesis.

Versión digital de un artículo publicado por La Gaceta de Cuba,  No 4., 2005: http://www.uneac.org.cu/index.php?module=publicaciones&act=publicacion_numero&id=26&idarticulo=95#articulo_top